12.11.07

la lata :: revista viva voz

Se sentían comprimidos, avergonzados, condensados, apretados, oprimidos, sintetizados, humillados, amasados.

Los rostros derrotados eran más que cansados. Y pagaban por eso. Todo el peso del mundo ejercía presión por todos los lados. Perfecto simulacro de una lata de sardinas. Necesitaban pagar por eso. Humanos desafiando la física ¿Cómo dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio? Y pagaban caro por eso.

Los ciudadanos dentro de la lata sobre ruedas sudaban. Termómetros acusaban: el día más caliente del verano. Pocos sentados. La mayoría de pie. Todos temblando juntamente con el motor que roncaba. Aquella lata cantaba de manera insoportable. ¿Por qué Dios creó nuestros oídos? Y las personas pagaban por eso.

Gente acostada en las ventanas abiertas aprovechando el alivio del viento horno. Los otros apilados, de brazos alzados, sosteniendo en equilibrio los cuerpos unos de los otros. La total colectividad individual, con dificultad de respirar, agonizaba y pagaba por aquel aire que olía a día de trabajo y de competitividad por empleo, por dinero, por status, por oportunidad, y ahora, por espacio. Y pagaban por lo no-merecido.

Fuera de la lata empezaba una lluvia mansa que al toque con el asfalto incandescente producía un bochorno aún más insoportable que el calor del sol. El bochorno quería también el espacio de la lata, que ya poseía el calor de su motor y el sudor de los cuerpos, y entró sin pagar por eso transformando la lata en una olla de presión. Y el cocido humano pagaba siempre por eso.

La velocidad oscilaba en sucedidas paradas para que los sujetos ya compactados bajaran y otros embarcaran. La lata cada vez más cargada y lenta, con la pereza de una babosa, se arrastra por las laderas de la ciudad y en frenadas bruscas y arrancadas estúpidas, y en trazado de curvas ondulantes, seguimiento rectilíneo, todo eso como reglas de un juguete de cuerpos que obedecían al ritmo impuesto: para frente para tras, para la derecha para la izquierda, ahora lanzamiento oblicuo. Sin orden, al acaso. Los cuerpos obedecían, amontonados y deprimentes. Y pagaban el viaje con dinero roto, sudado, pero siempre pagaban por eso.

Nenhum comentário: